Paisaje natural e histórico

La Barranca de Huentitán es un lugar de valor histórico y ambiental que pocos jaliscienses conocen.
La entrada sigue igual que hace 30 años, está custodiada por un sinnúmero de gatos que no te quitan los ojos de encima hasta que sales de su vista. Es tiempo de lluvia y el piso ya muestra sus vetas de humedad por las primeras precipitaciones y la neblina que suele asentarse al amanecer.
La escalinata sólo es un calentamiento para las cerca de 50 “vueltas” que me esperan. Guadalajara es calificada como una ciudad religiosa y claro que hay una capilla dedicada a la virgen de Guadalupe en el primer mirador; ahí detrás, se encuentran epitafios con fotografías de deportistas que eran fieles asiduos a la barranca o incluso que perdieron la vida en su ascenso, porque sí, hay que tenerle respeto.
Son las 7:45 de la mañana y me dispongo a iniciar mi descenso, hombro con hombro de algunas personas mayores que yo, pero aquí la edad no tiene qué ver, es la resistencia y la condición que tengas para poder regresar al menos con tus dos pulmones intactos (por aquella frase tapatía de “echar el bofe”).
No sé si el resto de la gente lo note, porque muchos bajan con audífonos y los más “compartidos” con sus bocinas con música a todo volumen, pero los cantos de las aves vienen de todas direcciones: trinan los tiranos, zacatoneros, gorriones y hasta guacamayas; incluso, si bajas muy temprano, logras escuchar el ulular de las lechuzas.

Cada vuelta tiene recuerdos, está impregnada de anécdotas como la “pileta” donde antes el agua era cristalina y ahora sólo es una charca de agua verde; o como la de las dos chozas, donde hace tres décadas un anciano con su burro vendía lechuguillas.
Cada tramo tiene historias que contar ya sea personales o ajenas, como la de Roberto López Osorio, según dicta un crucifijo, quien dejó su último aliento el 22 de febrero de 2005 en el camino de la vuelta 15.
¿Y cuál es el origen de un camino como este? Pues desde allende se usó para el paso de los arrieros, como mi bisabuelo materno Blas Lizalde, quien en los años 30 y 40 aún trasladaba mercancías entre Guadalajara y el otro lado del Río Grande Santiago, Ixtlahuacán del Río y aledaños. Ya sea telas, herramientas y juguetes, los productos que le pedían tenderos de Tlacotán, Mazcuala y Trejos, hasta hatos de cerdos hacia Huentitán, Oblatos y Atemajac.
Incluso la historia dicta que Miguel Hidalgo y los insurgentes usaron el camino para dejar Guadalajara tras la derrota que sufrieron en el Puente de Calderón. También dicen que su empedrado es el mismo desde esos tiempos, pero hoy ya luce derruido, le faltan rocas, y en algunas partes ya es puro lodo, ¿será porque comienza a ser parte del olvido?

El título de “la mitad del camino” se lo pelean tres puntos: el puente de las vías que bajan a las instalaciones de la Comisión Federal de Electricidad, el segundo mirador o la piedra cuadrada, son la referencia para aquellos que no tienen la valentía de bajar hasta el río, o incluso los muy valientes que regresan por el empinado camino de las vías.
El trayecto sigue, y la voluntad aún no se acaba, el objetivo es llegar al nuevo puente de Arcediano; y digo nuevo puente porque el original, que según se dice, fue la primera estructura colgante en México, lo derrumbaron para darle paso a una obra que nunca se llevó a cabo: la presa de Arcediano, proyecto que desapareció un pueblito y que buscaba abastecer de más agua al municipio de Guadalajara.
Son aproximadamente las 8:15 y los cantos de los pájaros persisten, -según un amigo biólogo, su actividad es alrededor de las siete cuando buscan sus alimentos-, parecen querer acompañarme.
Las primeras lluvias comienzan a eclosionar todo tipo de insectos, desde los molestos mosquitos, escarabajos, hormigas y arañas que se dan un festín con todos ellos, y no puedo pasar por alto a la majestuosa cigarra, que según los mitos, es la encargada de llamar al agua del cielo.
El sonido del correr del Río Santiago se va intensificando. El afluente cruza las cerca de mil 136 hectáreas que comprenden la Barranca de Huentitán, pulmón que abastece de oxígeno a la zona norte del municipio de Guadalajara, así como a los de Tonalá, Zapotlanejo, Ixtlahuacán del Río y Zapopan.

Sigo mi descenso y de repente está ahí, el huizache donde a los cinco años me llegué a sentar a disfrutar de una naranjada Tropicana tras el “arduo” camino de bajada, árbol que cantaba la entrada a un mundo mágico que se encontraba hace tres lustros aquí abajo, el pueblo de La Barranca. Era bajar de lo citadino a lo rural, donde las gallinas se contoneaban con sus pollitos, y los gallos cantaban en competencia; gatos y perros convivían en fina armonía y las señoras con rebozo ofrecían sus chocomiles, mientras llegabas al puente donde un viejito, cual Caronte, te daba la bienvenida para cruzarlo.
Son pocos los que llegan hasta este punto en comparación de 30 años atrás. Continúo mi camino para llegar a un puente nuevo y triste que alcanza el mote de atractivo turístico para los deportistas y visitantes que llegan hasta este lugar.
Aquí abajo ya no hay pollitos, tampoco radios con norteño, no hay puerquitos ni caballos, y mucho menos mangos barranqueños. Los habitantes dejaron sus casitas por unos pesos. Tampoco hay pescadores en el Río Grande Santiago, sobre sus aguas sólo corren cúmulos de espuma de las descargas de aguas negras y metales que según un estudio de la UdeG, se estima en más de 10 metros cúbicos por segundo.
Ahora no queda más que el regreso, un hombre me dice “es hora de volver, yo no me quedo aquí”, mientras miro hacia arriba y percibo los 600 metros de profundidad de la barranca y sus 50 vueltas cuesta arriba.
En la Barranca…

En la Barranca hay árboles y cactáceas como papelillo, copal, pitayo, sabino, higuera blanca, nopal, huizache, texcalame, chirimolla, entre otros.
Hay diferentes tipos de clima como el semicálido subhúmedo-seco y cálido semiárido.
Un sinnúmero de mamíferos y reptiles como el venado, zorra, coyote, tejón, armadillo, gato montés, iguana, coralillo, tlacuaches, ardillas, tuza, rata de campo y una variedad de murciélagos.
Bajar la Barranca puede tomar 50 minutos.