Cascadas de espuma

Conocido por sus nubes de espuma tóxica y olores nauseabundos, el Río Santiago en la zona de El Salto de Juanacatlán bien puede describirse como un paisaje de la injusticia

Aún hay vecinos que recuerdan aquella bella estampa de la caída de agua del Río Santiago, que llamaban con cariño el “Niágara de México”; hoy cae espuma en esta agua colmada de aluminio, níquel, cromo y zinc.
Para dar la bienvenida a quienes visitan Juanacatlán, Jalisco, se levantan unos arcos de cantera en el ingreso del municipio, sin embargo, más se impone la pestilencia del Río Santiago que, a fuerza de respirar, se entremete en la vida diaria de los pobladores.
Es un olor entre agua estancada y basura descompuesta, el que corre sobre el caudal en las arterias de municipios como El Salto, Tototlán, Poncitlán y Ocotlán, entre otros, y que cae en las faldas de lo que alguna vez fueron las majestuosas cataratas de El Salto de Juanacatlán.
Alrededor del arroyo, la administración pasada del Gobierno de Jalisco acondicionó un parque que no volvió a recibir mantenimiento. Las bancas invitan a sentarse y disfrutar del paisaje, pero pocos las utilizan porque no es bella aquella agua verdosa que expide una fetidez que cala la garganta.
Donde hubo una cascada impetuosa, catalogada con cariño como el “Niágara de México”, hoy está una corriente maltrecha de líquidos dañinos: para quienes tuvieron la suerte de vivir aquí y disfrutar aquella estampa, se acabó la catarata.
Un río para bañarse y lavar
Si alguien le hubiera advertido a Isabel Llamas que la dicha de vivir frente al Río Santiago con los años pasaría a ser un escarmiento, no lo hubiera creído.  Con un historial de 92 años de vida al pie del arroyo, en Juanacatlán, ha sido testigo de las ‘heridas’ que padece el afluente.
Los recuerdos más antiguos de Isabel se remontan a su niñez, cuando tenía unos siete años de edad y el Río le daba lucidez a su comunidad, sí, por el paisaje, pero también porque era un bien colectivo que las personas compartían para bañarse y lavar.
“Ahora, si alguien se mete a bañar, no sale vivo. Hace más de 30 años que el agua no sirve, hay ratos que llega un tufo como de animal muerto”, expresa doña Isabel.
Era tan limpia y tan abundante el agua, que en su caída de las cascadas se desbordaba el Río y tumbaba a oleadas la casa de adobe donde vivía Isabel, en la actual calle Constitución.
Los niños aprovechaban para chacotear y los pobladores de entonces cruzaban en canoas y sin consecuencias a la salud. Y los turistas disfrutaban de la casada, incluso en tiempos de secas, relata.
“Para mí es un río muerto”
No por gusto, pero José Luis Hernández, de 75 años, se ha tenido que acostumbrar a dormir, despertar y comer con el hedor del Santiago. ¿La causa? Le tocó vivir a unos metros del arroyo.
Tener como acompañante la contaminación del Río tiene un precio: no es raro que se le presente ardor en los ojos e infección en la garganta por los vapores de los metales que se tiene que tragar del aire.
“Para mí es un río muerto y era de los más grandes de México, tanta vida que tuvo”, comenta.
Con la contaminación que corre entre el agua se extinguió también el esplendor de la cascada, sus paseos en lancha y sus tardes de campo en familia, relata José Luis.
“La gente pescaba”
Donde ahora corre un licuado de metales, pesticidas y demás químicos, hace décadas fue un flujo de agua clara donde la población pescaba y se alimentaba, recuerda Jacinto Hernández, de 58 años.
Durante su infancia, el Río Santiago era parte de la vida diaria de la comunidad, hasta hace 30 años que dejó de serlo porque la contaminación alejó a pobladores y visitantes.
En la década de los 90, el agua empezó a tomar aquel color verdoso y se empezaba a formar la espuma de suciedad en la corriente. Y esto empeoró una década después, entonces la espuma ya formaba ‘montañas’ pestilentes que provocaban ardor en la nariz, recuerda Jacinto.
Río de desechos
El río tiene un trayecto de más de 500 kilómetros, desde el Lago de Chapala hasta el Océano Pacífico, cerca de San Blas, en Nayarit: no hay zona que esté libre de recibir aguas residuales sin tratamiento, así como descargas industriales o jugos de los rellenos sanitarios, explica la investigadora del CIESAS, Cindy McCulligh, en su artículo “Contaminar para competir. Contaminación Industrial del Río Santiago en Jalisco”.
No existe un inventario certero de dónde viene la contaminación del Río, pero en 2006 la Comisión Estatal del Agua contabilizó 305 fuentes, con mayoría industrias, sin embargo, está incompleto porque no se contaron a todos los municipios que colindan con el fluente, señala la experta.
Lo que corre entre las aguas del Santiago es aluminio, níquel, cromo y zinc, cuya concentración está por arriba de los límites permitidos para evitar daños, informa la organización internacional Green Peace en su reporte “Estudio de la Contaminación en la Cuenca del Río Santiago y la Salud Pública de la Región”.
Pobladores enfermos
Convivir tan de cerca con la contaminación trae consecuencias directas a la salud.
Green Peace advierte que de 2007 a 2010 se encontró diarreas y gastroenteritis de presunto origen infeccioso, además de enfermedad renal hipertensiva, estado asmático e insuficiencia renal no especificada a los pobladores del municipio de Juanacatlán.
Mientras que en el municipio de El Salto se observó un incremento en las tasas de mortalidad a causa de enfermedad renal hipertensiva, insuficiencia renal crónica e insuficiencia renal no especificada, se lee en el reporte de Green Peace.
Además, de acuerdo a un estudio que realizó en 2009 el investigador de la UdeG, Carlos Álvarez Moya, las altas concentraciones químicas de esa agua equivalen a veneno puro.
Investigadora.
La Organización GREEN PEACE recomienda:

Mayor control sobre las descargas de sustancias reguladas y, en su caso, penalizaciones.
Favorecer los procesos de depuración natural del río.
Señalización y habilitación de barreras de protección para evitar el ingreso de personas y animales.
Acciones de restauración de la vegetación boscosa que crece a las orillas de los ríos para reducir la contaminación.