Han pasado 107 años desde la Revolución campesina en México, sin embargo, las diferencias sociales entre el pasado y el presente no se alcanzan a distinguir, como bien dijo don Pablo, los revolucionarios se levantarían de sus tumbas
La historia del campo mexicano se repite, los apoyos y gestiones exitosas solo se ven en terratenientes con grandes extensiones de tierra para trabajar, como ocurrió hace 107 años.
En 1876, Porfirio Díaz se convirtió en el gran dictador de México. Durante 31 años ejerció el poder desde la silla presidencial favoreciendo a las clases más acomodadas del país. Fue durante ese período que se comenzó a gestar el movimiento social que hasta ahora ha sido el más importante para cambiar la configuración del Estado: la Revolución Mexicana.
El conflicto armado comenzó en el norte del país y rápidamente se extendió por todo el territorio nacional. La mayor parte de la población de escasos recursos y los campesinos estaban furiosos con el gobierno porfirista, que nunca privilegió a los más pobres y vulnerables, al contrario, año con año, Díaz los olvidaba más.
Los campesinos no tenían tierras para cultivar, dependían de las haciendas. El dictador había beneficiado a los más ricos del país y les había otorgado facilidades para adquirir grandes pedazos de tierra. Los campesinos que trabajaban con los hacendados sufrían de precariedad en sus empleos, eran explotados, mal pagados y no tenían ningún tipo de beneficio o protección.
Quienes lograron mantener unas pocas parcelas, se veían hundidos en la miseria por las grandes cantidades de impuestos que debían pagar.
Al finalizar la Revolución, los cambios en materia agrícola no se hicieron esperar, los revolucionarios pudieron ser dueños de sus tierras y cultivarlas, sin embargo, unos años después el ideal revolucionario le falló de nuevo a los campesinos.
Sin una idea clara de cómo fomentar el comercio, cultivo y producción agrícola, los campesinos se volvieron a encontrar en la misma situación de siempre: precaria y sin un futuro claro.
Las políticas neoliberales y la asfixia en el campo.
“Sí pudieran, los revolucionarios ya se habrían levantado de sus tumbas y habrían hecho otra revolución”, nos dice don Pablo Abundis, productor cañero de la zona de Huaxtla, cuando le preguntamos acerca de la situación actual del campo.
A pesar de que el cultivo de caña no está tan desfavorecido como otro tipo de cultivos, el señor Abundis, reconoce que ellos pueden solventar su proyecto agrícola gracias al apoyo de una empresa privada que les ayuda con créditos para producir y trabajar el campo en equipo.
De parte del gobierno no hay nada, durante varios años, Sagarpa, les ha prometido gestionar apoyos federales para facilitar la siembra y el cultivo de la caña y en ningún caso ha llegado.
La historia se repite, los apoyos y gestiones exitosas solo se ven en terratenientes con grandes extensiones de tierra para trabajar, habitualmente empresas corporativas que a su vez comercializan los productos del campo con transnacionales. Los “del pueblo bajo”, como les llama don Pablo a él mismo y sus compañeros de labores, no reciben nada.
Para los agricultores que cultivan maíz la situación es todavía peor.
Una de las políticas neoliberales que están llevando a la ruina a este sector es la importación al país de maíz chino, brasileño o gringo, “qué además es transgénico”, nos dice Hernán Cortéz, campesino del Arenal. El costo del maíz importado ha bajado los precios del maíz nacional a costos irrisorios.
“Cada año bajan más la tonelada de maíz, hace 5 años la pagaban en $225 dólares y se supone que ahora nos pagan $195, pero no es real, porque lo único que nos llega son a $187”, nos cuenta Hernán.
Esto se debe a una especie de compensación que Sagarpa prometió cubrir para dejar de hacer la importación de maíz y proteger a los campesinos mexicanos. La diferencia del pago se debe al costo que implica movilizar de Estados Unidos a México la tonelada de maíz, sin embargo, esta compensación no ha llegado nunca a las cuentas bancarias de los afiliados a este programa.
“Seguimos en un rezago absoluto, los costos del diesel también nos están matando”, dice Cortez. Cada campesino gasta una enorme cantidad de sus ganancias en dar mantenimiento a sus tractores e implementos, el diesel, con el aumento sostenido, ha contribuido a encarecer todo y en eso también coincide don Pablo.
Desde que el TLC se aprobó en 1994 las políticas en torno al campo se perdieron. El despojo de las tierras, la sobreexplotación y las limitantes a las que se enfrenta la gente en zonas rurales son una realidad nacional. Una explicación frontal a esta situación es la falta de estrategias integrales para favorecer la producción de productos nacionales y su consumo dentro del país.
El conjunto de condiciones labores que rodean a los campesinos tienen consecuencias negativas que se han hecho evidentes por años. La más notable es la migración: los jóvenes campesinos emigran en busca de mejores oportunidades dejando el campo vacío y sin mano de obra para trabajar la tierra. Este hueco parece hacerse cada vez mayor y no se le ve fin. Por desgracia, sigue sin existir un solo viso de claridad al respecto.
Ya han pasado 107 años desde la Revolución campesina en México, sin embargo, las diferencias sociales entre el pasado y el presente no se alcanzan a distinguir, como bien dijo don Pablo, los revolucionarios se levantarían de sus tumbas.