Bajo el nuevo recinto se resguardan 125 años de historia, de incendios y de cambios. El Corona es, desde sus inicios, un espacio en transformación
En la calle Santa Mónica, casi esquina con Independencia, el olor del asador de carne y las tortillas calientes es ineludible. Ignacio Gómez, desde hace 17 años, sirve tacos y aguas frescas a sus clientes, muchos de ellos son frecuentes, otro tanto viene a probar por primera vez su sazón.
Para este taquero no hay lugar para la queja y el reclamo, lo importante es tener trabajo: “los que venimos a trabajar, estamos contentos”, afirma y con una sonrisa ofrece agua de Jamaica a quienes bromean con él.
Es indiscutible la razón de ser del Corona. El mercado propicia que productores locales ofrezcan sus artículos y que los ciudadanos tengan un lugar para abastecerse, todo esto con la seguridad de que los bienes adquiridos son frescos, de procedencia conocida y a precios accesibles.
Dicho con otras palabras, desde hace 125 años el Corona posibilita la generación de recursos para cientos de familias, de generaciones completas que han hecho de este lugar su casa y su trabajo.
Sin embargo, el mercado es mucho más que un espacio para la compra y venta, es trabajo duro y diario, sacrificio y resistencia; también es fiesta, sonidos y canciones, gritos y colores. Porque el Corona es la vida de sus locatarios y de sus usuarios; ahí trabajan, comen, pelean, rezan, en compañía de los que compran, regatean y pasean sus ojos por las amontonadas frutas.
El nuevo mercado nos cuenta historias de la ciudad, de sus habitantes y de los cambios y transformaciones que, desde 1888, ha vivido Guadalajara. El Gobernador de Jalisco, en ese entonces Ramón Corona, ordenó la construcción de un mercado que abasteciera las necesidades de una creciente ciudad.
Fue en 1891 cuando abrió sus puertas a paseantes, clientes, proveedores, turistas y curiosos, quienes encontraban desde un plato de pozole hasta hierbas para adelgazar, ungüentos medicinales, frutas de temporada, artesanías, artículos para fiestas, arreglos florales y un largo etcétera. Por más de un siglo, el edificio ha sido testigo de los gustos, necesidades, deseos y caprichos de los tapatíos.
El más reciente incendio, en mayo de 2014, provocó el desconcierto y la preocupación de sus locatarios. Dice Ignacio, “…pregúnteme, ¿hace un año y diez meses dónde estaba? Escondido, arrinconado por la de Garibaldi y Reforma, en un estacionamiento. Ahora me estoy dando nuevamente a conocer”.
Al igual que el taquero, el mercado, una vez más, se está dando a conocer; su fachada es otra, sus más de 400 locales tienen otras dimensiones y otros colores, sus escaleras ahora son eléctricas y los balcones se asoman a otras vistas. Sin embargo, por dentro ocurre lo mismo que hace 125 años.
El mercado resiste y se resiste a perder el lugar que por tanto tiempo ha ocupado en la vida de tantas personas; clientes y locatarios recobran, lentamente, lo perdido. El valor histórico, social y económico del Corona, justifica sus reconstrucciones, reparaciones y rescates, los que ha tenido y los que tendrá.
El diseño del nuevo Mercado Corona es una evocación a las escenas y formas tradicionales de Guadalajara. Los autores son Leopoldo Fernández Font y Fernando Fernández, del despacho Fernández Arquitectos.