Ya por 1950 nos dijeron que teníamos que definir si éramos botica o farmacia y yo decidí, porque yo estaba al frente del negocio, que era mejor cambiarnos a ser farmacia
“En la botica me sentía como una científica, todo el tiempo aprendías algo nuevo”, así es como Graciela Hermosillo recuerda sus días en la botica de su padre, Emiliano Hermosillo, la cual se encontraba en el barrio de Mexicaltzingo, en Guadalajara.
La botica de su familia nació cuando su abuelo paterno, don José, decidió hacer un curso que impartía el Ayuntamiento de Guadalajara para quienes quisieran iniciar su propio negocio, alrededor de 1850.
“Mi papá me contaba que en ese año nacieron muchas boticas en Guadalajara, porque había un déficit de éstas y el Ayuntamiento decidió remediar eso dando un crédito y cursos para quien decidiera ser boticario”, recordó.
Para poder tener una botica, solo era necesario tomar un curso de boticario y conseguir a un farmacéutico responsable, es decir, alguien que haya estudiado la carrera de Farmacia, quien era el encargado de supervisar los trabajos que realizaba el boticario.
Don José le transmitió el conocimiento a su hijo, Emiliano, quien tomó un curso y se hizo cargo unos años de la botica. Sin embargo, comenzó a trabajar en Estados Unidos casi todo el año, así que fue la madre de Graciela, Higinia, quien aprendió el oficio y, una vez que ella cumplió nueve años, se lo pasó.
“Era algo mágico, a mí me encantaba. Normalmente lo que pasaba era que no había suficientes médicos o la gente no tenía para pagarles, así que iban contigo y te pedían que les hicieras un preparado para alguna enfermedad que trajeran, en aquel momento eran casi siempre gripes, infecciones de garganta y las mujeres padecían mucho de infecciones vaginales y en la piel”, dijo.
Fue para el año de 1950 cuando casi todas las boticas comenzaron a cambiar su giro hacia las farmacias, aunque ya había negocios que nacían siendo farmacias, debido a una ola cada vez más creciente de personas que querían separar la elaboración de medicamentos de la venta de estos, la cual comenzó a finales de 1800 en Ciudad de México.
“Nosotros ya vendíamos medicamentos de patente, pero también elaborábamos lo que nos llegaban a pedir las personas, ya sea por iniciativa propia o porque el médico lo había pedido. Pero, ya por 1950 nos dijeron que teníamos que definir si éramos botica o farmacia y yo decidí, porque yo estaba al frente del negocio, que era mejor cambiarnos a ser farmacia, porque cada vez eran menos las personas que querían que nosotros preparábamos las cosas”, mencionó Graciela.
Así, ella y alrededor de otras 15 boticas que conocía decidieron cambiar su giro, buscar un médico responsable de la supervisión, para no tener que cursar la carrera de Farmacia, y comenzar a ser solamente vendedores de medicamento. Sin embargo, menciona que aún debían orientar a las personas, por lo que esto seguía implicando mucha preparación.
“Antes, no sé si ahora siga existiendo, había un libro que se llamaba PLM, no sé cuántas páginas tenía, pero yo lo leía todo y cada año había uno nuevo y lo leía, porque si me llegaba alguien pidiendo una fórmula y el médico no le había dicho para qué era, me iba a preguntar a mí y yo tenía que saber decirle”, dijo.
Graciela instruyó a su esposo, Héctor Estrada, y a sus cinco hijos, Irma, José, Hugo, María y Juan; en el arte de atender una farmacia, gracias a lo cual tres de ellos tienen una propia, con toda la preparación que implica tener uno de estos negocios.
Hoy, Guadalajara está llena de farmacias, incluso hay una cadena que lleva su nombre, pero las boticas se han negado a morir, por lo que aún podemos encontrarnos con algunas alrededor de la Ciudad.