Alcalde demostró que es posible cambiar la historia de una ciudad cuando se defiende el interés público con principios
Fray Antonio Alcalde es uno de los personajes más importantes de la historia de Jalisco. A pesar de haber nacido en Cigales, España (1701), fue en Guadalajara donde llevó a cabo sus más importantes obras, sin las cuales sería difícil concebirla en el presente e imaginarla a futuro.
El fraile dominico, de 70 años de edad, llegó a la capital de nuestro estado el 12 de diciembre de 1771 con la misión de dirigir un obispado que se extendía por lo que hoy es el occidente de México. Se encontró con una ciudad pequeña, de apenas 20 mil habitantes, pero que se hallaba gravemente dividida por la desigualdad y marcada por la pobreza, el robo y la ignorancia.
A partir de ese momento, Guadalajara entraría en una etapa de transformación encabezada por Alcalde, quien al darse cuenta de que la ciudad necesitaba mirar hacia el futuro y reconstruir sus lazos comunitarios, decidió dedicar los últimos años de su vida a luchar contra los problemas que la ensombrecían y distanciaban a su gente.
En los siguientes 20 años, asumiría distintas causas que le dieron un nuevo rumbo a la ciudad:
Con la colaboración del Ayuntamiento y de la sociedad tapatía, realizó importantes obras de infraestructura pública y sanidad, como lo fue la instalación de drenajes y la construcción del hospital San Miguel de Belén, hoy conocido como Hospital Civil. Desde su apertura, dos años después de la muerte de Alcalde (1792), esta institución que le devuelve la esperanza y la salud a miles de familias de toda la entidad, mantiene sus puertas abiertas.
Preocupado por la educación de las siguientes generaciones y consciente de la importancia de dejar en el pasado la exclusión, fundó escuelas para niñas y niños indígenas. Además, gestionó la fundación de la Real Universidad de Guadalajara, para lo cual se comprometió a garantizar el sueldo de los profesores con el Rey de España, Carlos III, a quien escribió: “aunque yo deje de comer, pero sin hacer falta a las innumerables indigencias de tantos pobres, me obligo a dar a cada uno de dichos catedráticos, cuatrocientos pesos anuales”.
Para hacer frente a la desigualdad, diseñó el primer proyecto de vivienda social en Latinoamérica: Las Cuadritas, un desarrollo de 158 casas para dar techo a los más pobres. Abrió comedores para dar alimento a más de mil personas al día, así como talleres textiles y curtidoras para dar empleo a los jóvenes y evitar que se vieran orillados a delinquir.
El visionario obispo logró hacer realidad estas y muchas otras obras, gracias a su característica austeridad y disciplina con la que gestionó los ingresos de su diócesis. Prueba de esto es su testamento, en el cual reportó cada uno de los pesos que pasaron por sus arcas y su destino. De esta forma se convirtió también en precursor de la transparencia.
Alcalde demostró que es posible cambiar la historia de una ciudad cuando se defiende el interés público con principios: poniendo por delante a quienes menos tienen, cuidando escrupulosamente de los recursos, buscando el equilibrio entre las diferencias sociales, fomentando la participación de la gente y sobre todo, pensando en el futuro. Después de 224 años de su muerte sus obras siguen vivas.
Un legado como éste no puede ser dejado en el olvido, se estaría desperdiciando una invaluable fuente de inspiración. Por el contrario, quienes hoy asumimos el reto de trabajar por el cambio político en Jalisco, debemos aprender del ejemplo de los mujeres y hombres que han entregado su vida a los demás y a sus ideas, como Fray Antonio Alcalde.
Eloy Ruiz Anguiano, politólogo, participa en Movimiento Ciudadano desde 2011.