La lucha contra la corrupción de AMLO y su autodenominada cuarta transformación no logran pasar de los dichos a los hechos.
Combatir la corrupción y su tendencioso concepto de neoliberalismo han sido dos aspectos fundamentales y constantes en la línea discursiva de Andrés Manuel López Obrador. Desde sus campañas presidenciales y a lo largo de su administración en el Gobierno federal, pareciera que no ha parado de hablar al respecto.
Una y otra vez, AMLO resalta la labor de su Gobierno y ataca a quienes le cuestionan. Para él los únicos resultados cuantificables son los que arrojan sus “otros datos”, particularmente aquellos que pretenden destacar lo realizado en la lucha contra la corrupción.
Irónica fue su reciente participación en la ONU al hablar sobre cómo “sería hipócrita ignorar que el principal problema del planeta es la corrupción en todas sus dimensiones…”. El chiste se cuenta por sí solo al recordar las imágenes de Emilio Lozoya cenando en un restaurante lujoso de Lomas de Chapultepec en la CDMX.
Entre algunos otros casos a recordar se encuentra la Guardia Nacional y su opaca estrategia de seguridad, la política de los abrazos hacia el crimen organizado y la actual tarea del Ejército mexicano de proteger el territorio de los carteles.
Todo ello es un claro ejemplo de algunas de las distintas dimensiones de la corrupción en México y cómo esta continúa siendo un claro medio de operación por parte del Gobierno federal y muchas de sus ya conocidas figuras.
Claramente, López Obrador sigue utilizando la palabrería como un medio de propaganda para la 4T, frente a los pocos —prácticamente nulos— datos que pudieran respaldarla.