Por Jonathan Sergio Medina
En el complejo entramado de la política y la gobernanza, existen dos conceptos cruciales, pero a menudo entremezclados; son el poder y la influencia. Ambos ejercen una presencia significativa en las democracias contemporáneas, y comprender sus diferencias es fundamental para analizar la salud y la vitalidad de los sistemas democráticos.
El poder, en su esencia, es la capacidad de tomar decisiones y de imponer voluntad sobre otros. En contextos democráticos, este poder se deriva del mandato otorgado por los ciudadanos a través de elecciones. Sin embargo, el poder no siempre se ejerce de manera igualitaria ni transparente.
En una democracia saludable, el poder se distribuye de manera equitativa entre los diferentes poderes del Estado: ejecutivo, legislativo y judicial. Sin embargo, cuando el poder se concentra en pocas manos, ya sea a través de prácticas autoritarias o manipulaciones institucionales, el tejido democrático se debilita, y la participación ciudadana puede desvanecerse.
Contrastando con el poder, la influencia opera de manera más sutil y menos visible. Se basa en la capacidad de persuadir, moldear opiniones y dirigir acciones sin necesariamente poseer una autoridad formal. La influencia puede emanar de diversos sectores: medios de comunicación, grupos de interés, líderes de opinión y, en la era digital, de las redes sociales.
La influencia puede ser una fuerza positiva cuando se utiliza para informar y educar a la sociedad, pero también puede convertirse en un elemento desestabilizador cuando actores externos manipulan la información o cuando grupos de interés ejercen presiones indebidas sobre los procesos democráticos.
El equilibrio entre el poder y la influencia es crucial. Cuando el poder se desequilibra, surgen riesgos como el autoritarismo y la erosión de las libertades civiles. La concentración de influencia en ciertos sectores puede socavar la diversidad de opiniones y limitar la capacidad de los ciudadanos para formar juicios informados.
Las democracias saludables buscan salvaguardar la rendición de cuentas y la transparencia, evitando la acumulación excesiva de poder y la manipulación de la influencia. La participación ciudadana y el acceso a información veraz son antídotos esenciales para contrarrestar los efectos negativos de una distribución desigual de poder e influencia.
En la era actual, donde las fronteras entre el poder formal e informal se difuminan, la comprensión precisa de estas dinámicas se vuelve aún más crucial. Los ciudadanos, conscientes de la diferencia entre el poder y la influencia, están mejor equipados para exigir transparencia, responsabilidad y salvaguardar la integridad de sus democracias.
En última instancia, el verdadero desafío radica en mantener un equilibrio que permita la toma de decisiones efectiva sin sacrificar los principios democráticos fundamentales. La coexistencia armoniosa de poder e influencia es esencial para garantizar que las democracias prosperen y sirvan verdaderamente a los ciudadanos. De cara a las elecciones del 2024, entender las diferencias entre el poder y la influencia será un factor clave para determinar el futuro del país. En ningún escenario la influencia debe de justificar el mal ejercicio del poder, ni el poder debe de ser utilizado para imponer narrativas a modo.