Le ponen sazón a Chicago

Aprendí a enfocarme sobre a dónde quiero llegar y no en lo que otras personas están haciendo, eso te quita mucho tiempo y te distraes

No fue fácil, pero después de insistir y buscar opciones de trabajo, construyó una cadena de restaurantes exitosos en Chicago, Illinois: es la historia del tapatío Ambrocio González.
En el tianguis del sábado vendía tostadas de pata y entre semana ayudaba a su abuela Margarita con la venta de pozole y enchiladas: hoy, Ambrocio González es copropietario de una cadena de restaurantes y cafés en diferentes barrios de Chicago, Illinois.
La persistencia le favoreció. Donde se atendía a dos comensales al día, ahora se reciben hasta dos mil en el Catedral Café o en alguno de los restaurantes Las Quecas, dice Ambrocio -“así, con C de casa”, añade el chef.
Desde su infancia, Ambrocio no ha parado de trabajar. Durante la primaria utilizaba su tiempo libre para vender dulces o rentar un brincolín, y luego en la secundaria pasó al negocio de la comida. A los 14 años tuvo que dejar sus estudios para ayudar en el hogar y un año después emigró a Estado Unidos.
De Guadalajara se trasladó a Veracruz, de donde salieron dos camiones cargados de migrantes latinoamericanos. Después de librar las revisiones del Ejército Mexicano, vestidos de negro y sin botellas de agua, dos grupos de indocumentados cruzaron el desierto de Arizona.
“Con el ‘coyote’ había dos paquetes de 500 y mil dólares: cuando íbamos los dos, un grupo distraía a los agentes de migración para nosotros poder pasar, a los otros los agarraban y nosotros nos íbamos corriendo”, recuerda Ambrocio.
“Vi gente armada, vi a la Mara, iba rece y rece y me decía ‘¿qué hago aquí?’, era pobre, pero no tenía necesidad de vivir esto, podía morir. Luego nos quedamos en un rancho y nos metieron a un tráiler en el que transportan caballos, nos acomodaban como cigarros, uno encima de otro”.
En Estados Unidos, Ambrocio pasó de un trabajo a otro, primero como empleado domestico, luego en una fabrica de plásticos y después a una granja de pollos. Su último trabajo fue come mesero, donde se las ingenió para atender al cliente sin saber hablar inglés, fue entonces cuando ahorró las propinas para echar andar su restaurante.
El Tepache, como se llamó su primer restaurante, quebró, y él terminó en el hospital por el daño físico que le provocó el estrés. Regresó a trabajar como mesero, volvió a ahorrar y buscó su segunda oportunidad. Así, la Catedral Café pasó de atender dos comensales al día, a dos mil en un domingo.
“Conservé el sazón tradicional (de mi abuela Margarita y mi madre Leticia), yo no sé qué le ponen que hasta los frijoles quedan buenos. Siempre en cualquier receta que me haga falta algo, voy con ellas”, dice el chef.
Ambrocio tiene 16 años afincado en Estados Unidos. La mayoría de las personas que trabajan en sus restaurantes son de origen mexicano: dice, ellos son una pequeña muestra de lo equivocado que está el Presidente Donald Trump al calificarlos como ladrones.